Comentario
La intención de Hitler era escalonar sus objetivos. Primero se aplastaría la aviación inglesa; después se atacarían los puertos y todo el sistema de aprovisionamiento, hasta dejar inerme la isla. De acuerdo con los resultados, al cabo de una o dos semanas, se decidiría si León Marino era posible.
El 28 de mayo se enfrentaron sobre Inglaterra los primeros Domier 17 y Spitfire, y, desde entonces, la guerra en el aire fue un cotidiano espectáculo.
Los alemanes dispusieron tres flotas aéreas contra la isla. La II Luftflotten (Kesselrig) tenía su cuartel general en Bruselas y la III Luftflotten (Sperrle) en París. Ambas eran fuerzas completas e independientes, pensadas para apoyar grandes unidades de tierra. Pero no se articuló un plan conjunto para que sus efectivos -que se aproximaban a los 2.000 aparatos- actuarán sobre Inglaterra.
Con base en Noruega y Dinamarca, se situó la V Luftflotten (Stumff), mucho más pequeña. Actuó sólo el día 15 de agosto, con tantas bajas que no volvió a emplearse en un objetivo tan lejano. Pero su presencia amenazante hizo entretener parte de los efectivos ingleses en el nordeste.
La batalla se encarnizó a principios de agosto, con la intención alemana de destruir a la RAF en el aire. Casi un millar de cazas, en su mayoría Messerschmitt 109 de un solo motor y con una tercera parte de Messerschmitt 110 bimotores, se enfrentaron a los 900 Hurricane, Spitfire y 1.700 cañones antiaéreos.
Los aviones ingleses eran más lentos que los alemanes y ascendían más despacio; en cambio, giraban y maniobraban con más facilidad.
Los alemanes tropezaban con un radio de acción escaso para su objetivo. Una vez adentrados en Inglaterra, los Me-109 tenían poco tiempo para combatir, y los Me-110, que habían sido pensados para vertebrar la caza, fracasaron técnicamente y quedaron en un mal segundo término. Ni los Me-109 ni los 110 llevaban una radio bastante potente para ser informados, dirigidos o apoyados en el combate por los servicios de tierra.
En general, el armamento británico era inferior. Sus aviones estaban dotados de ametralladoras, mientras los alemanes habían probado los cañones de 20 milímetros en la guerra civil española y los incorporaron a bordo.
Con la derrota en Francia, Inglaterra perdió unos 400 cazas que fueron una grave carencia. Pero se realizó un considerable esfuerzo industrial de modo que, en 1940, Inglaterra era capaz de fabricar 9.924 aparatos y Alemania 8.070.
La verdadera escasez inglesa no fue de aviones, sino de pilotos de caza. Su entrenamiento y formación eran lentos, concienzudos y cada baja tardaba en cubrirse. Las escuelas alemanas trabajaban en mayor ritmo y, en un principio, los pilotos superaban a las necesidades. Las grandes pérdidas alemanas en bombarderos obligaron a transferir muchos pilotos de caza y el desgaste de los aviadores fue mayor, porque Göring se opuso frecuentemente a que contaran con descansos regulares y su fatiga se agravaba por la práctica de dos, tres y hasta cinco salidas diarias.
El gran éxito británico fue su servicio de alarma y control. El mariscal Dowding contaba con un sistema centralizado de alerta y varios controles tácticos descentralizados. Así, cualquier incursión sobre territorio era conocida y encargada al mando local más adecuado. Veinte estaciones de radar costero detectaban a los alemanes mucho antes de llegar a la isla.
Sorprendido por el invento, el Alto Mando de Hitler no se decidió a bombardear los radares hasta que perdió gran número de aparatos. Y no es que los ingleses guardaran el secreto. Antes de la guerra, los espías alemanes habían podido fijarse en la estación experimental de Bawdsey y, en mayo de 1940, un radar móvil inglés fue capturado en la playa de Boulogne. Pero ningún jefe alemán hizo caso, ni siquiera al comprobar que los cazas ingleses actuaban con grandes márgenes de aviso. Ese menosprecio dio a la RAF una ventaja fundamental.